Al ritmo del corazón

by José Cheyre
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Es cada vez más raro andar sin 4G o wifi o algo que nos (des)conecta con las redes. Nos acostumbramos a que el bolsillo vibre mientras caminamos, estamos en la pega o cuando nos tomamos algo con los amigos. La maldita notificación que corta momentos, que hace perderte la historia o la talla.

Pero allá todo era distinto, el celular servía con suerte para ver la hora, que en esos lugares no era factor. Era como andar viajando en una dimensión en la que el reloj no era importante. Que hippie era la volá, pero era así. Y así fuimos felices, porque no necesitamos mirarnos con el filtro de moda de Instagram, ni el retoque mágico que tapa alguna cosa que no nos gusta de nosotros mismos, por tener el cada vez más sobrevalorado like.

Allá la cosa era distinta, porque todos los sentidos estaban puestos en la naturaleza, en las personas, en sentir el olor de la comida recién hecha y en verdad en las cosas simples que siempre pasamos por alto.

Conocer las historias de nuestros compañeros, y el por qué de que estuvieran ahí y no en otro lado. Destino, azar, suerte, póngale el nombre que quiera, pero ahí estábamos por distintas razones. Cuál más válida, cuál más importante. Y ahí, en el culo del mundo, empezamos a ver las cosas de manera distinta.

Con el corazón por delante, más allá de lo que entrara por los ojos o sintiéramos con las manos. Alguna vez el principito con el zorro lo conversaron y lo dijeron tan certeramente que esa frase trasciende hasta el día de hoy: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse”.


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