La presencia de mi Padre: relato de ascenso al Monstruo, Cochamó

by Hernán Rodriguez
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Foto: Benja Camus

Cochamó, febrero del 2020.

Todavía hay restos de una cultura salvaje, de gauchos y arrieros que se valen por ellos en terrenos indómitos; primeros habitantes de estos valles donde la vegetación no da mucha tregua y puede comerte vivo mientras dudas si ir a la derecha o izquierda. Densas selvas húmedas llenas de magia y abuelos de granito que han visto todo desde hace millones de años. Observadores del valle, cuidadores de su legado, de su gente, de la cultura, de los ritos.

Historias y paisajes amenazados por necios que intentan sacar provecho de los recursos para saciar sus ambiciones avaras e inconscientes. Este es el valle que visitamos. Cuidamos cada pisada en ese bosque, con los sentidos atentos, la respiración consciente y el paso tranquilo pero firme, deslizándonos por las raíces y refugiándonos bajo piedras gigantes por días.

Cuando al fin cesa la lluvia nos toca escalar. Salimos de la cueva y empezamos a estirar el cuerpo tieso con la espalda doblada a lo momia chinchorro por días. Empezamos. Ordenar equipos, desayunos varios, una cagadera de risa y al sendero. Caminatas plenas, eternas, hasta el inicio del valle.

Foto: Benja Camus

El Valle de la Bestia, nombre que te llama y que a la vez te asusta. La pared más grande de ese valle: El Monstruo, otro nombre que no pasa desapercibido. Comienzan las dudas, dudas de tus capacidades, de tu cordada, de tu equipo o tal vez de todo. ¿Será mejor quedarse en la zona de confort? ¿Volver a tomar mates en el Trawen? ¿O mejor ir a tirarnos unos piqueros en los toboganes?

¡Que mierda!, mejor cargamos las mochilas en la espalda y partimos. Ante la duda, suba.

 

Foto: Benja Camus

Vamos a probar una ruta que se llama “La presencia de mi padre”, 1.600 metros, 10+. Hay una historia épica detrás de esta ruta, de un papá ayudando a su hijo. Dos generaciones encontrándose por la pasión por lo desconocido, por abrir el portal a zonas remotas donde nadie o muy pocos han puesto pie, donde la verticalidad es un enigma.

Partimos. Buscamos esa remota posibilidad que entrega la apertura de una ruta, esa chance de que el sistema de fisuras que sigues llegue a alguna parte y de que sea lo más natural posible. Tratamos de descifrar con inteligencia los enigmas que entrega la naturaleza metro a metro en el granito, es un puzzle de cientos de metros. Dedos cruzados para que en el proceso encontremos soluciones a problemas que nos surgen en frente, respuestas a preguntas que están en nuestras cabezas y te aquejan en el día a día.

Ahí nos vimos con ese paredón en frente, granito y más granito hasta que la vista se pierde. Y luego otros varios metros más de nieve hasta la cumbre. Eso nos esperaba después de un descenso por un bosque vertical increíble, alerces, canelos y mañíos tejiendo raíces, buscando cómo aguantar la gravedad y el paso de los años.

Foto: Benja Camus

Siguiendo el plan, Raimoncho (Raimundo Olivos) abría los primeros 9 largos. Rack en el arnés, cara con magnesio, risa de nervios, arengas y gritos. Fluyeron esos primeros 600 metros gozando cada paso y en menos de 2 horas estábamos en el primer terrazón. Comida, agua, revisamos el topo, acomodamos mochilas y seguimos sabiendo que aún tenemos otros 10 largos más, unos 500 metros más de escalada sostenida, hasta un terrazón donde vamos a pasar la noche, con 2 sacos y una polenta media desabrida para compartir.

Foto: Benja Camus

No hay sensación que pueda compararse con escalar en libre en un granito perfecto, adherencia estilo lija, cientos de metros sobre el suelo con otros varios cientos de metros más de pared hacia arriba. Los largos van pasando, las horas también. Las manos algo acalambradas te hacen recordar que ya deberíamos estar llegando al largo 19.

¡Ah, pero estamos en el 16 recién, 3 largos más! No, 4 más si contamos el 16. Según el topo esta reunión es la 17, ¡pero entonces quedan 3! ¡¡Pero wn si estamos en el 18!! Entonces queda solo 1 largo. Uf, más vale. ¡¡¡Espérate, me equivoqué!!! estaba mirando el otro topo, mierda.

 

Foto: Benja Camus

Llegamos finalmente al terrazón con la última luz. Nos acomodamos comentando la jornada, cansados, pero vibrando de alegría. La noche es un festival de estrellas fugaces. Somos espectadores del absoluto silencio.

Mañana siguiente, nos queda el último tercio de pared. Esperamos con la calma a que el sol derrita un poco el nevero. Pasamos buena noche, cálida y sin viento. Durmiendo como momia, sin movernos mucho. Nos rodea un vacío enorme que no nos deja desplazarnos con toda libertad. Todo está amarrado, lo que sale rodando se pierde, si se vuela se pierde, si te giras mucho: pierdes.

Foto: Benja Camus

Pasamos la noche. Unas elongaciones para despertar el cuerpo, que la sangre llegue a las articulaciones y volvemos a empezar. 4 o 5 largos más y luego el nevero. Nos movemos con agilidad, la cordada ya está afiatada luego de varios días escalando por el valle. Cada uno sabe qué tiene que hacer. Tío Benja (Benjamín Camus), maestro zen, no para de sacar fotos. La luz de la mañana, el paisaje, la ruta: todo alineado en un perfecto caos.

Unos largos en simultáneo, otros bastante mojados y estamos en el nevero. Un piolet para los 3 nos limita un poco el movimiento, pero sabiendo que la cumbre esta ahí nomas. Le mandamos fuerte y en unas pocas horas desde que salimos del terrazón llegamos al nevero somital del Monstruo. Cerro Tronador al norte, volcán Calbuco y Osorno al oeste, el valle del Puelo al sur, montañas por todos lados. Bosques infinitos que trepan por las laderas y rodean lagunas azules, turquesas, verdes, colores increíbles.

Foto: Benja Camus

La naturaleza nos regalaba vistas que lo valen todo, cada esfuerzo, cada momento en el que decidimos llevar a cabo un proyecto. Abrazos de alegría y complicidad. No hay vencedores de nada, no hay conquista alguna en esta actividad. Hay satisfacción, sin duda. Pero más que nada admiración por el lugar, por tus hermanos presentes, satisfacción porque lo diste todo y esa energía se unió con la de ellos, tomamos buenas decisiones. Hubo buena logística y la pacha nos regalo este momento. A veces toca bajar sin cumbre, y también es enseñanza en este camino de eternos aprendices.

Unas fotos más y empezamos el descenso. Otro gran detalle: puedes bajar caminando de esta gran pared. Siempre y cuando no te pierdas.

Foto: Benja Camus

Travesía bastante expuesta hasta llegar al collado que separa el Anfiteatro, el valle del Trinidad y el valle de La Bestia ¡¡¡Que lugar!!!! Navegamos el granito por unas horas más hasta el único y último rappel y llegamos al campamento base.

Aún nos queda llegar hasta La Junta, larga jornada. Nos cae la noche aún en el valle del Trinidad, en pleno bosque milenario de Alerces. Cada uno en su burbuja de luz, escuchando, sintiendo el bosque y los sonidos que rodean. Se escucha cada pisada, cada resbalón en las raíces. Las pilas empiezan a descargarse, la luz se vuelve tenue y el bosque se cierra cada vez más.

Foto: Benja Camus

Los sentidos se agudizan, el hambre y el cansancio hacen lo suyo también. Hipersensibles a todo estimulo, el descenso se vuelve un viaje. Somos uno con el bosque. El tiempo se dobla, pueden ser horas, minutos o solo unos segundos. Ya no importa. Seguimos el sendero hasta llegar al río: la tirolesa. Ya la extrañábamos. Cruzamos y entramos al Trawen, directo al petate de la comida y empieza el festín.

Todos sanos, todos felices por la experiencia, por las vistas, por vivir cada segundo con intensidad, disfrutando ese momento presente y absorbiendo todo para guardarlo en la memoria. Que no se pierda, que no pare la motivación.


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